Baret Voltaire. La hostelería y la poesía. Y un camarero que es poeta. O un poeta que es camarero. En una tarde de bar cualquiera, conocemos a Víctor y su día a día entre versos y cafés. No es fácil contener las emociones, no es fácil aguantar a la clientela, no es fácil perseverar en la paciencia, no es fácil mantenerse en este campo de batalla…

Es inevitable sentirse cansado cuando estás a punto de cerrar y entra una familia que quiere comer, quiere tapas, quiere bocadillos, picar, quiere helados, quiere cafés, vuelo, vuelo, vuelo y vuelo. Una familia que carga y carga, una niña que no para de pedir, un camarero que hace malabares con sus nervios…

No siempre es el mundo el que está contra ti. A veces, uno mismo se encarga solo de oscurecer su luz. Acusas el mundo de aburrimiento, pero quizás el aburrimiento esté dentro de ti. No te das cuenta, pero el ego te da la zancadilla. No siempre la clientela tiene la culpa…

Pregunta al camarero cuál es su verbo favorito. A veces todo va más allá de un simple pedido. La repetición agujerea el ánimo y el estómago. Tienes sacarina, tienes leche desnatada, tienes otro azúcar, tienes, tienes, tienes… Y el camarero se pregunta: ¿que tengo yo que no tengas tú?

Es una tarde extraña en el bar. Eloi y Víctor, los dos camareros de Baret Voltaire, lo perciben. La clientela tiene un comportamiento raro. El estrés que llevamos dentro va surgiendo poco a poco. La palabra y la comunicación cambian. Gounda posee el bar. La catarsis está servida.

Víctor está llamado a filas. Bien, nadie puede extrañarse. Su comportamiento no es ideal para un camarero. De acuerda. Cardafàstiga, su cabeza, tiene un par de cositas que decir. ¿Qué defensa tiene Víctor? ¿Su visión poética? ¿Su personal idea de justicia? ¿Su locura?

Tomar fuego en todos los caminos. Tomar fuego en medio del bar. Sucede. Confluyen versos derramados sobre la barra. Una clienta entra para cambiar el signo de la tarde en el bar. Se desmonta el camarero. Se desmonta al personaje. Y nada importa a excepción de las hogueras.

Siempre cansado, siempre asqueado, siempre rabioso, siempre perdiendo las horas… y de repente, un bacon con queso como símbolo de la desidia. Pero algo ocurre, alguna luz, alguna aparición… los minutos no se pierden, los minutos son para aprovecharlos, para vivirlos… Por eso: amor al bacón.

Tedio sobre la barra. Nuestro camarero se aburre, se duerme, está asqueado. Cuando no hay trabajo es tanto o más insoportable que cuando existe. Pero probablemente lo peor que puede pasarte en estas circunstancias es que de repente entre una marabunta con hambre de merienda. El baile y la música están servidos.

Víctor lleva la antorcha. Aloisier espera con el pebetero preparado. Cardafàstiga no está, ha ido a buscar cerezas al río. El honor y la locura. Abanderados de honestidad. Fuerza. Un sinfín de deportes a practicar en el bar. Se inauguran las Olimpiadas Baret Voltaire.

Una reflexión sobre el dilema que a lo largo de toda la serie se ha planteado en Baret Voltaire. La hostelería y la poesía. El deber y la sangre. La confluencia de una obligación frente a lo que te mueve en la vida. Cruasandas frente a poemas. Víctor permanece en la playa. Después de las Olimpiadas, ¿qué pasará? Se termina o sigue. ¿Habrá decisión? ¿Habrá cambio? En cualquier caso... todos los cruasandas van al mar.

Para cerrar, un recital. Vemos a nuestro protagonista y otros poetas integrantes de la Red de Poesía Urbana de Barcelona en acción en el recital que se celebró en El Colmado el 30 de abril de 2011. Un documental donde se escenifica la poesía que vive nuestro protagonista en la vida real.